Por Mariano Larrazabal, Gerente de CircularWorks
Si trabajás en un tambo, un feedlot (engorde a corral), un frigorífico, una láctea, una bodega o una planta citrícola en Argentina, seguramente convivís todos los días con la misma contradicción.
?? Efluentes que te traen inspecciones, olor, barro… y que nadie sabe bien qué hacer con ellos.
?? Pero al mismo tiempo, materia orgánica cargada de energía y nutrientes que hoy estás dejando ir.
Por eso, dejemos algo claro desde el arranque:
Esto no va de “circularidad para la foto”. Va de plata, de energía y de ahorrarte dolores de cabeza.
La verdadera pregunta ya no es “¿qué dice la normativa?”, sino: ¿Qué modelo técnico y económico cierra en TU establecimiento?
De “piletas que preocupan” a activos que devuelven valor
Desde CircularWorks, llevo años recorriendo plantas que estaban al borde de una multa o colapso sanitario, y sin embargo lograron dar vuelta la ecuación: lo que antes era un pasivo ambiental hoy es una fuente de biogás, energía térmica, reducción de emisiones y fertilidad para el suelo.
En este artículo, aterrizo el tema con datos reales de Argentina, tecnologías que ya existen en el país, y, sobre todo, una mirada honesta sobre:
?? Qué escala funciona?
?? Qué intentos quedaron a medio camino?
?? Qué nos falta para que esto deje de ser “casos aislados” y se convierta en un estándar productivo.
Te cuento dónde estamos parados sector por sector, sin maquillaje:
???? DBO = Demanda Bioquímica de Oxígeno. DQO = Demanda Química de Oxígeno. Son los dos parámetros más usados para medir la “carga contaminante” de un efluente. Cuanto más altos, más oxígeno consume al degradarse, y más daño puede causar en cursos de agua.

La respuesta es clara:
Cuando hablamos de tratamiento y valorización de efluentes en el agro argentino, no estamos hablando de ciencia ficción ni de soluciones importadas que nadie sabe mantener. Las tecnologías están disponibles, existen proveedores locales, hay casos reales funcionando desde hace años y, lo más importante, sabemos qué funciona bien y qué fracasa si no se diseña con criterio.
A veces se habla de tratamiento de efluentes como si fuera algo lejano, complejo o inalcanzable.
Pero la realidad es otra: La tecnología no es el cuello de botella. El cuello de botella es la decisión.

Hoy por hoy, la biodigestión anaeróbica —un proceso biológico en el que microorganismos descomponen materia orgánica en ausencia de oxígeno, es la columna vertebral para valorizar efluentes líquidos en actividades como tambos, plantas lácteas, feedlots, frigoríficos y procesadoras de cítricos.
En ese proceso se genera biogás (una mezcla de metano y dióxido de carbono que se puede quemar para producir vapor o electricidad) y digestato, que no es un residuo, sino un biofertilizante líquido o sólido que puede reemplazar parte de los fertilizantes químicos si se gestiona correctamente.
Lejos de ser una tecnología “experimental”, ya hay plantas instaladas desde 2009, especialmente en cítricas del NOA, que hoy usan ese biogás para alimentar calderas o motores eléctricos. En tambos de Santa Fe y Córdoba hay digestores que calientan el agua del sistema de limpieza CIP (Cleaning in Place), reemplazando gas envasado (GLP) con un ahorro muy tangible todos los meses.
Lo interesante es que Argentina no solo tiene la tecnología, sino también manuales, protocolos y formación técnica local, desarrollada por instituciones como INTA y ProBiomasa. Además, la industria nacional ya fabrica alimentadores de sólidos, mezcladores y sistemas de homogenización, que son fundamentales para que el digestor funcione con estabilidad y no se “ahogue” cuando recibe un pico de carga.
El éxito, sin embargo, depende de tres condiciones clave: un pretratamiento correcto (separar arenas, sólidos grandes y grasas), una homogenización diaria de caudales y cargas (para que el reactor no reciba “un shock químico”) y un plan agronómico serio para el digestato, con análisis de nutrientes y acuerdos de aplicación en suelos cercanos. Cuando eso se cumple, el sistema deja de ser una “obra de ingeniería” y pasa a ser una fuente estable de energía y fertilidad.
Las lagunas de estabilización siguen siendo la tecnología más usada en el país. Son sistemas simples y robustos, basados en procesos biológicos naturales al aire libre. Bien pensadas y dimensionadas, permiten reducir carga orgánica y cumplir con estándares sanitarios básicos.
Pero hay que decirlo con claridad: no generan energía ni recuperan nutrientes, y requieren mucha superficie de suelo. Además, son sensibles a lluvias intensas (que diluyen o desbordan) y a temperaturas bajas, que ralentizan el proceso. Funcionan bien como etapa única en plantas chicas, o como postratamiento después de biodigestión.
Otra herramienta muy válida es el reúso agronómico mediante filtros verdes o cortinas forestales, donde el efluente ya estabilizado se distribuye en plantaciones de álamos, sauces u otras especies de rápido crecimiento. Esto permite cerrar el ciclo hídrico y de nutrientes, mientras se captura carbono en la biomasa.
Pero, como toda herramienta, tiene condiciones: se necesita monitoreo de sales, metales y patógenos, y un balance hídrico correcto para evitar anegamientos o infiltraciones profundas fuera de control. Bien hecho, es una solución elegante y económica para plantas con disponibilidad de tierra.
Para establecimientos con estacionalidad marcada, como vendimia en bodegas o zafra en cítricas, hoy existen módulos compactos prearmados que combinan biodigestión, clarificación y desinfección en contenedores o skids listos para conectar. Lo bueno de este enfoque es que permite arrancar rápido, escalar por etapas y mover el equipo si cambia el mix de materia prima.
Muchos proveedores locales están incorporando sistemas de dosificación automática de sólidos, equipos de flotación por aire disuelto (DAF) y skids de aireación, lo que facilita el arranque sin grandes obras civiles.
En síntesis, la tecnología no es el cuello de botella en Argentina. Lo que define el éxito o el fracaso no es “qué equipo compraste”, sino cómo integraste el tratamiento con la realidad energética y agronómica de tu establecimiento.
En la próxima sección, pasamos cadena por cadena para analizar cuál es el dolor y qué combinación tecnológica lo resuelve mejor en cada caso.
Argentina ya no está discutiendo si la circularidad “queda bien en un reporte”. Está discutiendo si conviene más quemar gas comprado o quemar el gas que vos mismo podés producir. Si pagar fertilizante químico importado o aplicar nutrientes que ya generás todos los días.
La decisión no es ambiental. Es económica.
Y el que lo entienda primero, va a operar más barato que el resto.
En CircularWorks apostamos a proyectos que devuelven ahorros medibles a la planta y nutrientes medibles al campo.
Si tu establecimiento está en el radar (tambo, feedlot, frigorífico, láctea, bodega o citrícola), el punto de partida es simple: medí caudales y cargas por corriente y construyamos, con tus datos, el caso técnico-económico que te convierta al efluente en bioenergía y fertilidad.
FUENTE: HORIZONTE A
Fecha: 09/11/2025